Enrolo tabaco. Prendo cuatro velas,
dos negras para los ancestros y las otras dos me las mostró Roly Escobar. Lo
veo a los ojos mientras las enciendo. Le sirvo un trago de ron que comparte con
Esperanza Jurado y Berta Cáceres. ¡Salud!, alzo el vasito y me mando un trago.
Quemo ocote, ramas y enciendo flores.
El altar está tupido de ofrendas. 26 años me tomó darme cuenta que soy Centroamericana, y que Centroamérica es mi ruta, mi casa y mi causa. Consciente de este tránsito construyo signos y símbolos. La tarea que Lolita Chávez Ixquaquic me dio el día, que seria y a los ojos me dijo: “los signos crean unidad, usted puede crear signos, símbolos que creen unidad”, Lolita la heredera de la vasta cultura maya: que comunican y dicen hasta con los hilos que les atraviesan el atuendo.
El altar está tupido de ofrendas. 26 años me tomó darme cuenta que soy Centroamericana, y que Centroamérica es mi ruta, mi casa y mi causa. Consciente de este tránsito construyo signos y símbolos. La tarea que Lolita Chávez Ixquaquic me dio el día, que seria y a los ojos me dijo: “los signos crean unidad, usted puede crear signos, símbolos que creen unidad”, Lolita la heredera de la vasta cultura maya: que comunican y dicen hasta con los hilos que les atraviesan el atuendo.
Desde esa mirada me paré en la
esquina a ver el Edificio Alde: desde ese “impulso no colonial, de abajo a
arriba: rebeldía teórica/práctica.” Siqueiros describió así el muralismo
mexicano. Separó el arte moderno como no funcional, estéticamente refinado pero
política y socialmente vacío. Arte público al máximo, dijo Siqueiros, el
muralismo mexicano. Y tiene razón cuando habla que para hacer un mural hay que
pensar en su trascendencia histórica. Pero con la insatisfacción de los
fantasmas María Izquierdo habita las palabras de Siqueiros. “Tu rebeldía
teórico/práctica está incompleta”, le digo a Siqueiros “desde el día que su
movimiento de machos muralistas le negó paredes a las mujeres”, y en mi
imaginación humedecida de ron le doy una chachetada a Siquieros al mejor estilo
de Soraya en María la del Barrio, excedida pero justa.
De vuelta en este plano astral estoy
yo de pie mirando el edificio Alde. No les voy a mentir. No sé si me detuve, si
lo pensé mientras caminaba, qué tanto levanté la mirada pero el mural me golpeó
de pronto: desde la carencia. La carencia de lo hermoso. Pensamientos como
flechazos atravesándome el cerebro, eso era: lo hermoso. En otro plano astral,
el guanacasteco, hay una señora, quizá mi abuela sonriéndole a sus gallinas:
“que hermosa”, le dice a la gallina más pochotona del patio.
Lo hermoso sembrado desde aquí, eso
hace falta en esa pared, me dije. Crear los símbolos de unidad de un discurso
gráfico con las raíces hundidas en Centroamérica.
Estaba viendo Green Porno de Isabella
Rosselini cuando pensé: “¡Jue, que mae tan talentosa! ¿Por qué la industria del
cine la habrá desplazado?”. Una pregunta con respuesta fácil: la mae se había
puesto vieja. Pero como yo peleo sola,
una vocecilla en mi cabeza insistía: “¡Pero si es tan talentosa y además tiene
experiencia!”. Como una alucinación o como un exceso de televisión almacenado
en mi subconsciente para siempre, maldita sea, una visión del imaginario
popular: “una joven actriz sometida a los caprichos estéticos y sexuales de un
director, o productor o el hombre que sea que esté encima de ella literal o
simbólicamente”. “Claro, Isabella Rosellini no se dejaría someter”. El problema
con Isabella Rosselini no es que hubiera envejecido, es que había adquirido
experiencia. El rechazo de la sociedad patriarcal hacia la mujer envejecida es,
al final, fobia a la mujer con experiencia.
Seguí pensando, pensando en como yo,
una mae que nació en 1990 se pregunta si ya está vieja porque pronto cumplirá
30 años, pero sobre todo de pronto me doy cuenta de la dosis extra de empeño
que he tenido que emplear para adquirir experiencia. Pienso en la negación
sistemática de mi libertad, a la que he sido expuesta, cuya mayor arma es el
miedo: miedo a ser acosada, miedo a ser violada, miedo a ser torturada, miedo a
ser desaparecida, miedo a ser asesinada. El miedo como arma constante para
hacernos ceder territorio. El territorio del espacio público y el territorio
que es el cuerpo.
¿A dónde pongo la mirada cuando
camino por Chepe? ¿Dónde están las representaciones de la mujer en la ciudad?
¿Desde qué mirada nos representan? Y sobre todo, ¿para quién?
Camino por Chepe buscando. Encuentro:
cuerpos de mujeres cercenados, cabezas sin cuerpos, manos sueltas, torsos que
son solo tetas, culos y piernas: ese ejército de maniquís que van desde los
ultra delgados a los intencionalmente desproporcionados con tetotas y culos
gigantes. Publicidad, mujeres blancas sonriendo, evidentemente gringas,
evidentemente vacías. La piernuda del día guindando en un kiosko. Esas
representaciones para la mirada del hombre, para el trauma de la mujer.
¿A dónde pongo la mirada para
encontrarme? ¿A dónde descanso los ojos de tanta violencia cosificante? ¿Dónde
está en toda esta diminuta ciudad una sola representación de la mujer hecha por
una mujer para otra mujer, desde la comprensión? ¿Por qué nuestra voz y nuestra
mirada estando ausentes? ¿Por qué seguimos desposeídas de territorios seguros, aunque
sea para la mirada?
Frente a la vista de quienes pasan
frente al edificio Alde, en el diseño planteado: hay una mujer mutilada. La
última de las mujeres que dibujé. A diferencia de las otras, que tienen tajos
abiertos: laceraciones, a ella le falta un pedazo de pierna.
El 3 y 4 de noviembre dibujé y
diseñé, esos dos días seguidos sin descanso, el mural. El 8 de noviembre, esa
misma semana, un perro en Escazú llamó la atención de las y los vecinos. No fue
el perro, en realidad, lo que llamó la atención de la gente de Bebedero, si no
lo que andaba en el hocico: un brazo. El brazo derecho del cuerpo desmembrado
de Stephanie Paola Castro Mora, aún no encuentran el brazo izquierdo.
Subvertir para transformar, subvertir
el presente, subvertir la violencia, subvertir el odio, subvertir la
cosificación del cuerpo: eso es fotosíntesis, eso es este mural. Un intento de
una mujer joven centroamericana para lidiar con el dolor cotidiano que es vivir
en esta región. Un intento de esta mujer joven que soy de compartir con otras
mujeres que vivimos la violencia cotidiana de la sociedad patriarcal la
esperanza de una transformación, la posibilidad de florecer a pesar de los
golpes, las heridas y del miedo. Fotosíntesis es la posibilidad desde nuestro presente histórico, de germinar
una transformación de cómo entendemos el espacio urbano, de cómo entendemos el
arte y las mujeres en el arte.
Hacer desde Centroamérica entonces, es lidiar con el dolor, transformar la violencia. Fotosíntesis son ocho mujeres estando con sus heridas, expuestas desnudas, floreadas. Las flores son florecillas que crecen en la ciudad con dignidad, entre el asfalto algunas, otras en macetas, en los reducidos espacios de los jardines josefinos. Ni las mujeres ni las flores son pretenciosas, simplemente están, de forma modesta, serena, en contraste con su dimensión: son inmensas.
Tuve la suerte de decidir sobre mi educación y decidí no educarme en espacios formales ni académicos. El autodidactismo, para mí, se basa en tres guías: la investigación, el quehacer colectivo y la sistematización.
Quiero que este mural, de hacerse,
sea eso. Un proceso de investigación desde la creación. Mis guías son otras
mujeres muralistas con quienes ya me he puesto en contacto. Siguiendo sus
recomendaciones voy a dividir la pared en una cuadrícula, de cuadros de 2,5 por
2,5 metros, una cuadrícula mínima para no perder las dimensiones. Con
extensores, ayudada de esas mujeres muralistas, vamos a hacer el boceto. Luego
las plastas de color: primero amarillo, luego las pieles y las flores de último,
seguidas de los detalles.
Este mural es resultado de mi proceso
colectivo de organización con otras mujeres, así que quiero darles a otras
mujeres la oportunidad de aprender también. Ya tengo una lista sondeada de al
menos 10 mujeres que quieren acompañar este proceso de mural. Quiero que ellas
caminen por San José, vean el mural y sonrían: “yo pinté eso”, van a pensar,
eso es apropiación del espacio público, eso es transformación, eso se llama
sanar y es florecer y nutrirnos de forma colectiva, como en el mural.
Además de colectivizar el espacio de
la ejecución del mural, quiero llevar el proceso de la sistematización. Hacer
arte no debería ser un proceso cerrado, de iluminados o privilegiados. Por eso
quiero hacer un documento de circulación digital que sistematice el proceso,
que explique cómo se pintó el mural, cuáles fueron los contratiempos,
recomendaciones, con fotografías, diagramas. Hay que colectivizar el arte. Este
documento puede ser un apoyo para quienes los próximos años quieran participar
en este mismo concurso, para que tengan guías, para que no tengan miedo de
llevar sus ideas a otros niveles, para que la ciudad sea, en verdad, un espacio
para todas y todos sobre el cual podemos incidir y sobre el cual podemos
transformar.
Me sirvo otro trago de ron, le doy
otras bocanadas al puro de tabaco. Les prometo a Roly, Berta y Esperanza que si
gano vamos a celebrar con mezcal, chicha y quezalteca.
2018
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